15 septiembre 2008

Acabo de volver...

Acabo de volver del entierro del papá de una amiga. Después de casi un mes, el cáncer se lo llevó. O mejor, se lo fue llevando de a poco, como tomándose su tiempo, haciéndose valer o ver; como para que todos supiésemos que él se lo estaba llevando. ¡Qué morir, Dios! Cuánto dolor. Cuánto impotencia. Cuánto desgaste…



Desde el 2000 que casi no voy a los velorios.  No he vuelto a pisar un cementerio. Bueno, hasta hoy.
La experiencia que pasamos con mi papá me ablandó, a la par que me curtió. Me hizo crecer, madurar. Y, a la vez, me sensibilizó por demás, para mi gusto. Porque nunca me gustó que me viesen llorar, y ahora se me suelta la lágrima fácil. En cualquier lugar. Y se me caen las lágrimas nomás, así, como si fuese un río imposible de parar. ¡La pucha que me puse floja!
Calculo que éste es el quinto o sexto al que voy. Y en un pueblo, donde todos nos conocemos, bueno, casi todos, eso es una miseria. Cada velorio al que voy me hace revivir experiencias, dolores, emociones, el desgarro. Y me ablando… y vuelve la lucha inútil contra nuestro propio plan de vida, nuestra propia elección para esta encarnación. ¡Qué desgaste de energía estúpido! Sabiendo como sé que nosotros somos los que decidimos cómo vamos a vivir y/o a morir (en la mayoría de los casos, siempre está la libertad de acción, el “libre albedrío”).
El 29 de este mes, si en nuestro plan de vida así lo hemos dispuesto, tenemos festejo doble. Ese día, mi papá eligió llegar hasta el velo que separa los planos, y volver. Calculo que vio tanto dolor y desgarro, que decidió volver. Aunque yo le había dado “permiso” J para que si quería irse, lo hiciese. Me acuerdo que le dije, de mente a mente, de espíritu a espíritu, que si su decisión era irse, no lo dudase, que yo no iba a oponer resistencia ni a atarlo con pedidos para que no nos dejara. Pero que si decidía quedarse, yo iba a estar con él, peleando lado a lado. Y se quedó. Decía que doble festejo porque descubrí en ese momento, que ese día, 29 de septiembre, es el día de los tres Arcángeles que la Iglesia Católica reconoce: San Miguel, San Gabriel y San Rafael. A ellos se los encomendé. Y me cumplieron. Fue una experiencia admirable. Un contacto casi sensorial, o terrenal, con esos tres Seres Divinos. Casi podía sentirlos: Miguel en la cabecera, Rafael a la derecha, Gabriel a la izquierda. Y el Maestro, por supuesto, allí, envolviéndonos a todos con su Radiación Divina. Y la Madre, cubriéndonos con su Manto. Una verdadera experiencia religiosa, en la pre terapia de una clínica. Hay tanto para contar de esa vivencia, que daría para muchos renglones, y tengo sueño. Son más de las dos de la tarde.

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