04 agosto 2010

¿Por qué se muere la gente?

¿Por qué se muere la gente? Sí, ya sé. Es una pregunta sumamente estúpida. “Muere porque tiene que morir”; “Porque es el destino”; “Porque era vieja”; “Porque se lo buscó”. Hay un sinnúmero de respuestas, tantas, como la cantidad de personas que se hacen esa pregunta cuando muere un ser querido, alguien que se va de pronto, un amigo, o, tal vez, ese vecino al que conocimos de chicos, que era parte de la calle del barrio, como una postal.


Cierro los ojos y lo veo, sentado en su silla, para atrás, como se sentaban los “machos” de antes, la gente “de a caballo”, los “paisanos”. Con el respaldar de la silla hacia delante, para apoyarse en él con los brazos cruzados. Sí, una postal del barrio.
Y hoy me amarga su viaje al “otro lado del velo” y me hago la pregunta estúpida con la que empecé este escrito. ¿Por qué se muere la gente? ¿O con qué derecho? Sí, con qué derecho se van, así, sin más, sin siquiera decir “hasta luego”, sin despedirse. Y dejan un agujero en nuestra vida, una parte faltante en la postal… Se debe de estar lindo ahora, sentado “a lo gaucho” en el otro lado. Con los otros vecinos y amigos que se fueron así, sin despedirse, al igual que él.
¿Será la forma de vengarse de la gente que se olvidó (por fuera) de ellos? Porque yo me olvidé “por fuera” solamente. Siempre, casi todos los días, pensaba en él, como en los otros, con una sonrisa, con algún recuerdo de la infancia colgado de mi memoria. Pero capaz que él ni siquiera lo imaginaba… Como los otros. Una metida en la vorágine del tiempo, que todo lo absorbe, lo “chupa” como el mosquito a la sangre, se traga a la gente. Y no tuve más el tiempo que tenía cuando era chica de sentarme a charlar un rato, o hablar con él de las plantas que tenía, o ir a ver su jardín y su quinta, que siempre me dieron un poco de envidia, de la sana, ojo. Será por eso que ahora tengo huerta y jardín, y los amo, y paso tiempo en ellos, invirtiendo el tiempo que no invertí en los que se fueron, en mis plantas, como una forma de devolverles el tiempo que les robé.
Y me invade la culpa… Qué trastornada, ¿no?


(Lo encontré husmeando entre mis escritos, es del 2008, cuando se nos fue don Luján)

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